«We don’t really ever die».
–Lucy
El suicidio no es, –como dicen Les Luthiers– , matar a un suizo, ni matarse a sui mismo, ni lo que tal vez muchos piensen sobre el suicidio el cuál creen que debería condenarse a muerte.
Bromas aparte.
Empiezo a abordar este tema con humor porque la muerte es algo que los humanos nos hemos tomado tan en serio que le tememos más que al «coco» que creemos vive debajo de la cama en nuestra infantilidad.
Tómate un respiro. Es posible que conozcas a alguien que se haya suicidado y en este momento venga a tu mente y a tu cuerpo emocional con cierta melancolía. Quiero recordarte que eso que sientes es totalmente correcto, pues no puede ser de otra manera sino como está siendo ahora. O tal vez alguna vez o en varias ocasiones tú mismo hayas sentido ganas de suicidarte. La vida parece ser compleja, pesada, difícil de llevar a cuestas. Pero sólo lo parece.
En realidad, cuando crees que debes cumplir con ciertos estatutos, lograr ciertas metas y quedar bien con todo el mundo es cuando empieza la presión que se convierte en depresión. Ese estrés que está tan de moda hoy en día practicar como deporte mundial se vuelve la causa de querer cambiar de forma porque no vemos por dónde hallar una salida al sufrimiento que decidimos cargar encima, cada quien con su toque «personal».
Y justamente en ésta parte que llamamos «persona» que se cree escindida del resto, es donde comienza la depresión. Cada uno de nosotros hemos pintado una imagen o autoconcepto de nosotros mismos, a la cuál reaccionamos de forma dual, es decir, con apego o rechazo y luego nos creemos ser esa pintura. Si comprendemos este engaño cognitivo doble y somos lo suficientemente valientes para afrontarlo, podemos contemplar cómo la mente misma que lo hizo, puede de hecho, deshacerlo.
Es como cuando ibas a la escuela y hacías y deshacías figuras de plastilina con un espíritu juguetón, sin conmoverte ni identificarte con ellas. Simplemente sabías que eran un juego y las dejabas a un lado cuando te ibas a comer. No te ponías a llorar porque tu figurilla le faltaba un brazo o le sobraba cabello. Conforme creciste, decidiste aprender enseñándote a través de otros, ideas que hiciste tuyas, les diste realidad, las valoraste como buenas o malas. Y de esta manera creciste creyendo que tu juicio estaba justificado y además era siempre el mejor. Así te volviste un manojo de nervios con las manos en el volante de tus relaciones interpersonales y contigo mismo, además de aquellas con todas las cosas más allá de las personas, como el clima, la comida, los animales y el dinero con todo lo que compra. Y tu personaje ficticio inventado por ti mismo se volvió un lastre, al cual había que mantener su «buena» imagen ante las miradas de los demás y la tuya propia como te imaginaste que «debería ser».
Como eso no sucede la mayor parte del tiempo, te dedicaste a culpar al mundo entero de tu situación, porque si recuerdas, decidiste separarte de él en el momento que volviste aquí. Ahora eras tú y tu mamá, tu papá, tus hermanos, tus familiares, tus amigos, tu pareja, etc. Fabricaste una conciencia para poder verte aparte de los demás y entonces poder compararte con ellos. Y al compararte te separabas más y más sin saberlo, y esto te causaba confusión, sufrimiento, sensación de soledad. Y luego te sentías víctima de ese mundo que habías fabricado en base a tu retrato personal. Pues el fondo, el escenario y los demás personajes parecían ser muy distintos a ti, y no obstante ofrecerte aquello que creíste haber perdido al dividirte en dos. Si te pintaste como mujer entonces requerías un hombre para estar completa y visceversa. Y te has dedicado a buscar tus complementos no sólo en las personas que te rodean sino llenándote de posesiones materiales a las que les conferiste todo el poder de hacerte feliz.
El suicidio que alude a la muerte auto inducida no es más que una transición entre una habitación donde estabas mirando tu propia escena con tu personaje y los personajes en ella y que, de acuerdo a tu estado mental, simplemente abres la puerta y sales de esa habitación para entrar a otra, –si haces la trasición sin darte cuenta de la reactividad del pasado en la que aún crees y por ende creas–, o bien si ya has perdonado completamente tu forma de mirarte, mirar el tiempo y mirar a las demás personas y cosas en el mundo, la habitación ya no tiene paredes ni puertas, es esa luz eterna indescriptible que Elizabeth Kubler Ross documentó en sus miles de casos estudiados de experiencias cercanas a la muerte.
Tal como Robert Lanza y otros científicos cuánticos han comprobado hace pocos años, la muerte no existe mas que como una idea de cambio. El Buda o Jesús hace más de 2,000 años vinieron a enseñarnos lo mismo: la muerte es susceptible de ser vencida, pues es sólo una idea en la mente y el cuerpo físico no es nuestra verdadera identidad, sólo una proyección mental pasajera, –o si prefieres verlo así–, imágenes residuales. Nuestra verdadera identidad sigue incólume más allá de las formas, en la consciencia trascendente universal, y es posible reconocerla en cada instante.
El cuerpo físico es sólo una imagen cambiante que está siendo proyectada por nuestra mente con un único propósito: servir de canal de comunicación entre los cuerpos que han creído ser seres separados por fronteras de carne y hueso, por maneras de pensar, de vestir y de actuar. El suicidio es una forma de huída al sufrimiento causado por negarte a ser lo que eres más allá de tu propio autoconcepto que es elegido a modo de último recurso como salida a él. Es una huída de esta única función de percibirnos y reconocernos correctamente como un mismo ser inmortal, que se experimenta como «muchos» y que no ha dejado de morar como amor incondicional. Solo lo decidimos olvidar compartidamente y ahora es tiempo de recordarlo conjuntamente, empezando por ti. Es tu decisión.
No necesitas hacer, ni lograr, ni conseguir nada. Todo está siendo hecho a través de ti. No necesitar no significa no elegir o querer hacer algo, solamente significa que no te falta nada, no eres carente ni víctima del mundo que ves. Eres plenamente libre y responsable de tu experiencia de vida, en cada respiración. Tú eliges cómo vivirla, no qué vas a vivir. Y desde ese reconocimiento encuentras esa verdad que nadie te puede dar, sólo recordar. Vuelve a nacer. Sé feliz.
Ser feliz es una decisión voluntaria que puedes hacer en cada momento, sin que dependas de nada ni nadie en absoluto. Es una comunión directa y experiencial que eliges desde tu propio discernimiento. Tomas un respiro, te vacías de toda imagen fabricada y pensada y de las que ves con tus ojos y sentidos, permaneces en silencio un momento y resurges como alguien totalmente nuevo. El tiempo y el espacio se colapsan para dejarte en el único instante donde existes y eres pleno con mayúsculas: el presente. Y confías en él. No hay nada que te pueda hacer falta, permites que todo te sea suministrado con agradecimiento y sin esfuerzo. Si eres honesto por un instante, nada lo has logrado por tu cuenta jamás. Hasta los méritos que te auto adjudicas vienen dados por una fuerza manifiesta en todas las cosas y personas que te rodean que no puedes explicar pero que es evidente que está ahí desplegándose ante ti como los pétalos de una flor.
El único «problema» es que no te permites recibir lo que la vida te da porque te percibes inmerecedor o indigno de lo que recibes, a veces crees que te mereces más, a veces menos, pero hay una sensación subyacente reiterativa de un hueco sin llenar dentro, una culpa añeja que no es sino un pensamiento hostigador de estar disgregado del resto. No te sientes escuchado, y temes que te escuchen, porque no te atreves a escucharte. El silencio te aterra, pues piensas que ahí mora un demonio interno que te podría arrollar si lo miras de frente, y sucumbes ante este pensamiento de temor. Huyes de él. De ti mismo.
Respira otra vez. Deja de huir.
Este viaje que acabo de narrar es el tuyo propio, todos vamos en el mismo tren. Y todos buscamos la misma paz y plenitud, la única diferencia es dónde y cuándo decidimos encontrarlos. Pues al final todos nos perdimos a nosotros mismos y hemos venido a ésta aula llamada planeta tierra a reencontrarnos con la respuesta en el interior que nos libera de la muerte, llevándonos a la vida eterna.
Por: Carlos Barrón M.