Un líder verdadero es aquél que es un seguidor leal de su instinto guiado por su mente recta, su mente unida a la comprensión de la realidad y la paz.
En este mundo nos hemos creído que un líder es quien sabe más o tiene mayor conocimiento y tenacidad para guiar a otros. Hemos creído que un líder es alguien superior a quién rendir cuentas y seguir por ciertos atributos que vemos en él o ella de manera externa y que implícitamente aceptamos que no están en nosotros o bien nos faltan.
De esta forma miramos y convertimos a alguien en un ser separado de nosotros que tiene poderes, características y voluntad propia distintas a las nuestras y por ende asumimos la separación de ellos como real con respecto a nuestras propias creencias, atributos y percepciones de nosotros mismos que nos limitan a ser «seguidores». Así, «tenemos que» rendir cuentas partiendo de que somos «menos que los líderes», sin darnos cuenta de que lo único que estamos mirando en un líder o «ídolo» son nuestros propios atributos que hemos juzgado como «buenos» o «malos», «mejores» o «peores». Así convertimos a ese «líder» en un chivo expiatorio que de acuerdo a cómo se comporte, cómo se exprese o cómo se vea superficialmente lo subiremos o bajaremos del trono del «liderazgo». Y esto lo hacemos con todas las personas o cosas que nos rodean, desde nuestra familia cercana o pareja hasta los animales o las plantas, el aire que respiramos o el dinero.
Cuando somos conscientes de esto, surge una voz interna que nos dice: –pero…yo no estoy preparado ni fui educado para no seguir órdenes…–, o bien, si hemos tenido la tendencia a guiar o creernos líderes en este mundo, pensamos: –»yo debo» ser el ejemplo y «guiar» a los que no saben…– Y te preguntarás entonces, ¿debería ser «cordero» o «lobo»?
La vida nos enseña todo el tiempo que no hay ni unos ni otros en la realidad, sólo percepciones basadas en nuestros propios juicios compartidos con la sociedad y que todo ello habita en la mente de quien elige pensar, percibir y sentir la vida en modo dual.
El liderazgo consciente es entonces, aquél que es guiado por una fuerza invisible que no es de este mundo y que nos hace permanecer en perfecta quietud mientras la elegimos como nuestra única guía. Nos permite ver mas allá de las diferencias entre cualquier polo opuesto y las personas –que no son más que concreciones temporales del pensamiento–, se convierten en ayudantes seguidores del mismo propósito universal de ser felices, que van a nuestro mismo nivel de consciencia al ser espejos de nuestros pensamientos. Desde este punto de consciencia podemos llamar a nuestros acompañantes de esta vida como queramos, –líderes o seguidores–, y no afecta en modo alguno nuestro instinto basado en la satisfacción plena de sabernos iguales en todo sentido. Sólo estamos experimentando un papel distinto en nuestra labor diaria que además cambia de la casa al trabajo o en el ambiente familiar, de amigos o «desconocidos». La igualdad verdadera que está más allá de las apariencias ahora nos invita a retomarla como nuestra intuición maestra de las cosas y nuestro modo de vida en cada relación con los «demás», relación tal que no es sino la relación con nosotros mismos y con la consciencia universal que no hace distinción entre líderes ni seguidores, blancos ni negros, pobres ni ricos, empleados ni desempleados. Tales percepciones dejan de tener valor cuando dejamos de juzgarlas desde la mente que divide todo creyendo que sabe cómo hacerlo desde la dualidad del pasado.
¿Cómo accedemos a practicar ésta nueva visión del liderazgo de manera aplicable?
El mundo es una maraña de pensamientos condensados en un sin fin de formas que cundo las contemplamos, no podemos entenderlas. Para contemplarlas correctamente es necesario limpiar la mente del enredo confuso superficial que podemos ver como olas intensas en el océano. Para que esas olas formadas por ondas energéticas de pensamientos se aquieten, se requiere elegir ahondar en el silencio donde sólo hay quietud. Ir al fondo del océano requiere de honestidad, valentía y coraje de atravesar las capas superficiales que tan agitadas nos parecen moverse. Requiere de consciencia o darse cuenta del lugar donde estoy, de responsabilidad que asuma y enfrente mi sentir emocional de la situación, y que acepte confiar en que el viaje a ese fondo donde yace nuestro verdadero propósito y sabiduría lo está haciendo la intuición que no teme nada porque sabe que sólo está regresando al corazón donde pertenece. Y puede ir ahí y regresarte de nuevo si quieres ir a la superficie, sólo para que mires con el ojo interno tu propia creación, y puedas perdonarla.
En realidad el mundo que hemos creado nos da todas las herramientas para hacerlo a cada instante, en cada respiración, con cada situación o «problema». Y es que cuando nos permitimos estar en silencio por unos minutos cada día al despertar, durante nuestra jornada laboral y en cada momento donde hay cualquier sensación de conflicto, carencia de tiempo, hambre o necesidad; podemos volvernos conscientes como primer paso de aquello que hemos percibido como la fuente de nuestro sufrimiento. Después de que lo hemos visto con honestidad al ponernos enfrente eso que tanto le hemos rehuído, el siguiente paso está esperando que lo elijamos sin más rodeos: reconocer que estamos viviendo el efecto de juzgar y por ende somos responsables de la experiencia que estamos teniendo y podemos elegir vivir una energía distinta en donde toda opinión o juicio cesa y la entrega a nuestra intuición de paz de esa situación o «problema» comienza. Así la confianza que surge al aceptar que no sabemos qué es lo mejor ni lo peor, qué nos conviene más ni cómo resolver nada en este mundo para nosotros ni para los «demás» se hace presente. Y hasta que este proceso no suceda en la mente, las respuestas no pueden ser reveladas. Y cuando lo sean, se manifestarán en formas variables como decisiones acertadas, pensamientos, imágenes, llamadas, gestos, corazonadas, inspiraciones, o intuiciones. Permítete vivirlas sin importar cómo se manifiesten.
Este es el tercer paso, la confianza en donde las respuestas provienen sólamente de una fuente que está más allá de toda percepción figurada o imaginaria de este mundo y, no obstante, más cerca de lo que aparentan estar: a la distancia de una elección consciente, una respiración, un pensamiento. Ese lugar es la consciencia silente donde elegimos estar cuando permitimos que el proceso del perdón verdadero –de dejar ir– suceda en nosotros, nos atraviese y nos viva. Las cosas, situaciones y personas nos están dando toda la experiencia que hemos querido experimentar para volver a elegir cómo vivirla. Estoy hablando solamente de dejarnos guiar por eso que no tiene forma confiando en ello, sin importar qué palabras usemos para referirnos a ese Ser que es nuestra identidad universal y que es lo que nos une deshaciendo diferencias, percepciones y el control que tanto le gusta al ego manejar para manipular a otros y jactarse de ser superior; o bien para sentirse víctima o inferior y sentir que el mundo se ha vuelto en contra de nosotros por nuestra apariencia, conocimientos, poder adquisitivo o forma de pensar.
Por: Carlos Barrón M.





Este viaje que acabo de narrar es el tuyo propio, todos vamos en el mismo tren. Y todos buscamos la misma paz y plenitud, la única diferencia es dónde y cuándo decidimos encontrarlos. Pues al final todos nos perdimos a nosotros mismos y hemos venido a ésta aula llamada planeta tierra a reencontrarnos con la respuesta en el interior que nos libera de la muerte, llevándonos a la vida eterna.
No estoy aquí para cambiar al mundo, sólo para aceptarlo…

Sólo quedaría la verdadera relación que siempre ha habido, sin comienzo ni final, sin nacimiento ni muerte…la relación con Dios, con la Verdad, con el Amor.