¿Dónde quedó la salvación?

No estoy aquí para cambiar al mundo, sólo para aceptarlo…

Pero, ¿por qué no? Si puedo hacer tantas cosas para cambiarlo, para salvarlo, para que sea un mundo mejor donde mis hijos puedan vivir plenamente en el futuro…

¿En verdad aún te crees esas añejas y pisadas ideas, pese a la evidencia aplastante que demuestra lo contrario?

Cuando iba a la escuela y me enseñaba la historia universal y luego la del país donde vivo, no le hallaba ningún sentido a ello. Siempre me preguntaba, ¿para qué estudio esto? ¿De qué me sirve o servirá? Si yo quiero ser futbolista o astronauta o ingeniero…algo que valga la pena hacer aquí para divertirse mientras descubro qué hago aquí…

Y ahora justo cuando escribo esto que quiero compartir desde el momento inspirado en el que lo hago, recapacito, –ahh…para esto me sirvió aprender la historia y todo lo que me enseñé en la escuela–, para darme cuenta que los humanos no hemos venido a cambiar nada, no sólo porque no podemos, no hemos podido ni podremos hacerlo; sino porque ni siquiera es nuestra función aquí en este mundo… Y de esto trata este corto escrito, de la vida misma, que por cierto, no es corta sino que vivimos en escenas fragmentadas que parecen acortarla. La vida es una y es eterna, los cuerpos son los que van y vienen como actores y actrices entrando y saliendo en el escenario de ella.

Ahora, volviendo al tema, no estoy diciendo que no hagas lo que crees que tienes qué hacer mientras descubres tu único propósito que está oculto en todo lo que haces, sino que justamente en lo que haces ya está el propósito que tanto buscas. No es cambiar a tu pareja, tus hijos, tus empleados o jefes ni a tus amigos, familia o al gobierno de tu país. No necesitas cambiar el clima ni favorecer a hacerlo, no requieres ganar más ni volverte autosuficiente o independiente. Ni siquiera requieres salir de tu «zona de confort» para desafiar tus límites y dejar de vivir cómodamente para demostrarte que tú puedes por tu cuenta salir adelante y demostrarle al mundo lo capaz que eres. ¿Quién te ha dicho eso? ¿Y tú por qué te lo has creído?

Si, entiendo que vivimos en un mundo que nos parece pedir mucho y exigir sacrificios y esfuerzos desmedidos para apenas sentir que asomamos la nariz para respirar fuera del fango, pero eso no tiene por qué ser así. Y no me refiero a que cambies las formas para que te sientas mejor, esa no es mi función aquí, pues no sé qué es lo que te conviene ni me conviene. Eso viene dado por añadido cuando eliges ver a este mundo más allá del campo de batalla en el que se encuentra cada día.

Hay una lección co-lectiva, es decir, que sigue estando disponible para aprenderla juntos con cada situación, cada respiración y cada sentimiento que vivimos en el ciclo de vida onírico en el que parecemos estar dando vueltas continuamente, y es esta: todo aquí es lo mismo, es para lo mismo y se mira y trasciende de la misma manera. Es decir, no hay grados de dificultad para trascender eso que tanto te afecta porque te lo tomas muy en serio. Pues no significa nada, sólo el significado que tú le confieres a ello.

Por ejemplo, la catedral de Notre Dame se quema y te molesta que haya mucha ayuda monetaria para restaurarla, porque mientras en tu localidad los incendios consumen miles de hectáreas de bosque y no hay ni un cristiano que se acomida a aventarle un poco de agua. Dos situaciones, una misma manera de verlas. ¿En dónde está el problema? Es evidente ahora…en tu manera de verlas. Si cambias tu manera de ver por la que olvidaste –que es la solución–, entonces la solución no está en cambiar o castigar al gobierno que no apaga un incendio que aparenta ser mucho más grave que el otro, ni en las personas que no hacen nada en una situación y las que sí aportan en la otra. Ahora bien, ¿dónde quedó la salvación?

Cuando te miras con honestidad, observando qué hay dentro de ti en cada situación de conflicto interno, ya estás descubriendo por qué ves conflicto allá afuera en tu mundo. Ese problema que te molesta está surgiendo en ti. Ya no puedes culpar ni responsabilizar a nadie afuera. Y ojo, ahora que te consideras responsable de lo que ves, ten cuidado de tampoco quedarte con esa culpa por tu descubrimiento. Da el salto siguiente inevitable: entrégalo. Todo el asunto no te pertenece. Sólo quisiste pensarlo, creértelo y darle vida en este momento, y sólo en este momento puedes decidir deshacerte de ello. No hay otro momento, ¿cierto? Si lo armaste lo puedes desarmar, y lo único que desarmas es tu yo falso, tus creencias y tu autoimagen demacrada que ya no necesita más ser sostenida ni defendida. Y si crees que los demás tienen que cambiar primero para que tú cambies, eso también lo puedes entregar para ser disuelto de tu mirada. Y si en verdad lo haces, de corazón, así será. Es inevitable. Y todo este proceso sin levantarte de tu asiento ni mover un sólo dedo.

En el ahora eres libre de elegir de nuevo, constantemente, y aunque te olvides puedes recordarlo. ¿Cuándo? Ahora. El camino se hace al andar, y el destino es él mismo.

Carlos Barrón M.

Deja un comentario