Sin sentir no hay escape

Una y otra vez vuelven aquellos parajes de desolación donde nos sentimos olvidados, abandonados, no escuchados. Pareciera que tuvieran voluntad propia como para venir sin permiso alguno y entrar en nuestra mente. Pero no es así, nos podemos permitir observarlos como si fuesen nuestros propios deseos inconscientes, pues lo son.

¿De verdad lo son? Si, tajantemente, sí. Nos duele aceptarlo, y he aquí el punto donde comenzamos a escapar del miedo: al sentir el dolor que no hemos querido sentir huyendo de él una y otra vez por miedo a sentirlo. Sí, es algo que nadie quiere sentir, y muy pocos se lo permiten, pero cuando lo permitimos, aquella fortaleza dormida llamada aceptación resurge como el agua nace del manantial. Aceptación no es resignación, aceptación es una apertura a la vida sabiendo que somos no sólo una parte sino toda ella expresándose en su máximo esplendor, sí, con diferentes formas, pero todas ellas sucediendo al mismo tiempo y en el mismo lugar: aquí y ahora.

Sólo ahora podemos sentir que verdaderamente experimentamos a tiempo real el efecto de nuestros pensamientos, pues el «otro» y «los demás» son esos efectos…¿qué interesante verdad? ¿Cómo podemos culpar o señalar los errores en los «otros» si bajo este enfoque ellos están representándome? ¿Cómo puedo comprobar muy sencillamente que el otro es mi reflejo? Muy fácil: haz un ejercicio de autodesprecio y observa cómo los demás te desprecian. Observa cómo al sentir asco, repulsión o rechazo hacia ti mismo «los demás» actúan el mismo gesto como si de un espejo se tratase. Y sólo entonces comienza el juego de la culpabilización en el mundo. Y con ella, la serie televisiva de ataque-defensa con el castigo como premio. Y si el «otro» en dado caso, no es culpable entonces «yo» lo soy. Y decimos cosas como «no eres tú sino yo» o «no es él o ella sino yo». Y con cara alargada vamos a quejarnos o a desquitarnos con alguien más para intentar infructuosamente ver una salida dentro de un callejón que no la tiene. O bien nos auto-castigamos con sufrimiento o con la muerte para intentar de nuevo salir de esta demencia.

No puedo escaparme del mundo que yo mismo inventé a menos que renuncie a mis pensamientos de ataque. Y estos pueden ser desde un «no me gusta» hasta un «quisiera que fuera distinto». Van desde una sensación de malestar por el calor que siento hasta un dolor que emane de una enfermedad o desesperación. Respira y siente, libérate de la vorágine desenfrenada de pensamientos de ataque que aún valoras creyendo que te rendirán frutos de felicidad. La plenitud de un lago en calma no puede existir en medio de un huracán de locura. Escapa de las garras del síndrome del yo personal, de la creencia de que el universo gira en mi propio eje, pues no hay ejes propios y sólo hay Un Verso que nos abarca: Dios.

Por: Carlos Barrón Mondragón

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